El vino es un placer que invita a disfrutarlo con todos los sentidos, sí, con todos los sentidos: con los ojos al contemplar su color, su cuerpo, su movimiento; con los oídos al escuchar el sonido del chorro que se desliza en la copa; con las manos al tocar la copa y sentir la frescura o transmitir el calor de nuestra mano a un vino rojo para que despida lo más exquisito de su esencia; con el olfato para atrapar el aroma único, memorable y disfrutable del momento y evocarlo con la misma intensidad, para volverlo a vivir y disfrutar a nuestro antojo.
Son esos momentos de los que está hecha la dicha de vivir, los que dan sentido a nuestra existencia, los que nos hace encontrarle un significado; lo que separa la parte animal de la racional. Si no somos capaces de darle significación a lo que nos rodea; nuestra existencia no se distinguiría, no tendría sentido ¿ustedes que opinan?
Totalmente de acuerdo, yo agregaría la importancia de la memoria gastronómica, la cual nos ayuda a identificar sabores y olores y crear con esto la magia del maridaje!
Y en este tenor de lo sensorial, querida Iv, también el choque de las copas al brindar… como las contertulias del CL de Política y cosas peores hicimos en tu honor y de Rafa el sábado pasado. Un abrazo.